Rostros e identidades

Las vasijas de cerámica y las esculturas o figurinas de representación antropomorfa son como las fotografías en la actualidad. Los antiguos pobladores dejaron un registro de su cotidianidad, de sus costumbres, de su indumentaria y de sus actividades, además de su fisionomía.

En el argot arqueológico llamamos cántaros cara gollete a las vasijas que tienen representaciones de rostros humanos en el cuello o gollete. Esta tradición existe desde hace más de 2000 años, y lo podemos ver tanto en vasijas del siglo I procedentes de Tablada de Lurín, como en aquellas procedentes de Huaca Santa Cruz o Huacas Pando de los siglos XV y XVI, todos ellos en la ciudad de Lima.

Resulta interesante comprobar la forma en que se retrataban, identificando su género: hombres y mujeres; y los grupos etarios, con rasgos que marcaban la diferencia entre jóvenes y ancianos. Muchos de ellos eran retratados mostrando las discapacidades que sufrían; mientras que a otros se les retrataba con elementos propios de la actividad productiva que realizaban, como a los agricultores y a los tejedores.

Los personajes protagonistas de ceremonias rituales los encontramos en cántaros y en figurinas. Al observar los atributos de los personajes, podemos inferir que se trata de personajes, hombres y mujeres, en un contexto religioso ceremonial. Es interesante comprobar la participación de ambos géneros cumpliendo funciones determinadas.

 

Investigaciones arqueológicas e históricas han puesto en evidencia la participación de mujeres en el culto como sacerdotisas; en periodos incas el culto femenino a la luna estaba encabezado por la Qoya, y existían santuarios dedicados a la luna, atendidos y dirigidos por sacerdotisas. En las crónicas se ilustran los rituales agrarios, en la siembra las mujeres son las encargadas de esparcir las semillas en la madre tierra, símbolo de fertilidad. Esto último aún se observa en comunidades de la sierra sur.